7.12.12

#13. Encaprichadas


La semana pasada, visitamos Capricho. Apenas llegué a casa, me encontré con un mensaje de su dueña en nuestra página de Facebook, en el que nos deseaba que la hubiéramos pasado bien. “Epa”, pensé, “esta gente nos lee, sabe que existimos (?)”. Cuando efectivamente publicamos la reseña, volvimos a recibir un mensaje: era un desafío. La dueña de Capricho, además de agradecernos la reseña, nos “desafiaba” a probar su especialidad: las tortas. ¿Quién en su sano juicio podría negarse a eso? Nosotras no hubiéramos podido, aunque lo del sano juicio esté por verse.


Entonces, el viernes a eso de las 17:00, nos encaminamos hacia Capricho, otra vez. Otra vez, Capricho fue encontrar la calma entre el hormigueo de la gente enloquecida por la temprana fiebre navideña. Esta vez, nos apoltronamos (?) en los sillones [hipótesis comprobada: cómodos para leer] y la moza, muy amablemente, nos recitó sin repetir y sin soplar toda la variedad de tortas disponibles para la merienda. Más luego, nos acercamos a verlas para que decidieran un poco los ojos. Elegimos una porción de torta brownie con mousse de chocolate y otra que nos pareció la más original: una suerte de tarta con granola en la masa, crema de naranjas y chocolate (si me equivoco, me corrigen). Las acompañamos con cafés dobles y jugo de naranja (el jugo siempre es exprimido, nada de intragables líquidos de color naranja). El precio, otra vez, nos pareció adecuado a la calidad de lo que íbamos a consumir (gastamos, entre las dos meriendas, $68).



Hoy vamos a reseñar sólo las tortas, porque de lo demás ya hablamos. Imaginen un manjar. Bien, ahora del manjar suben un par de escalones, pegan un salto mortal que los eleve un poco más y ahí están las tortas de Capricho. Son livianas, nada empalagosas. Una torta brownie, en otro lugar, es una suerte de atentado nuclear para el aparato digestivo. Estas, no. Todo estaba perfecto: el dulce, la humedad de las masas, la calidad del chocolate, el tamaño de las porciones. Impecable. Las mejores tortas que hemos probado hasta el momento.


Como si el nirvana al que nos llevaron las tortas fuera poco, además, fuimos muy cálidamente recibidas. Nos enteramos, incluso, que había dos clientas en el local que habían llegado allí justamente por este blog. Una de ellas se acercó a saludarnos (ahora me doy cuenta de que no te preguntamos cómo te llamabas) y a decir cosas muy lindas sobre esto que hacemos. La verdad, cuando uno hace algo que le gusta, la satisfacción siempre está allí; pero si además, eso que te gusta le “sirve” a otros que, además, se toman la molestia de venir a decírtelo, la alegría se amplifica. 
De más está decir que salimos muy contentas, reafirmando todo lo que ya dijimos sobre Capricho y completándolo, ahora, con la calidez de quienes están día a día detrás del mostrador y de sus clientes. Un placer que, esperamos, se repita.

Otros datos: 1) tienen wi-fi; 2) abren los sábados a las 17:00, así que si vienen de visita y encuentran los otros bares que reseñamos cerrados, ya saben a dónde ir; 3) las tortas también pueden ser “para llevar”.

30.11.12

#12. Capricho


Esta ha sido una semana de darse pequeños gustos, de inventar espacios para hacer lo que uno tenía ganas, de saldar viejas deudas y disipar algunas sombras. ¿Cómo no cerrar esa semana, entonces, en Capricho? Habíamos pasado frente a la vidriera, lo habíamos anotado mentalmente en nuestra lista de lugares “a visitar”. También nos lo habían sugerido, recomendado con fervor. Teníamos que ir.


Viernes, media mañana. Las nubes amenazan, pero no llueve. La ciudad está alborotada, inquieta. Llegamos a Paraguay 941 y ya entrar es una bocanada de aire fresco. Calma. Momento de olvidarse de la humedad que enrula cabellos a más no poder, del calor de la caminata, de todo. Todo es blanco en Capricho: las paredes, las sillas, el piso. Cuando los ojos se acostumbran, se perciben los colores, los detalles de las repeticiones y de las variaciones: las señales de que alguien ha pensado en todo. Nada es casual: ni la música que suena, ni la amabilidad en la atención. Capricho es un lugar precioso para leer: tiene una serie de sillones cerca de la vidriera que no “testeamos” pero que parecen ideales para leer con luz natural. Si uno prefiere más intimidad (?), hay otros sillones lejos de la vereda en los que sí estuvimos sentadas, sumamente cómodos. Esas mesas se prestan incluso para largas tardes de estudio. Probablemente, el resto de las mesas y de las sillas no se presten tanto, así que a tener en cuenta: apropiarse de un sillón o de una silla mullida si van a leer, a estudiar o charlar largo y tendido. 


Pedimos dos desayunos: un café con leche con dos medialunas saladas (en mi barrio se decía 'de grasa', pero ya me estoy volviendo rosarina de pura cepa [?]) y un café doble con un cuadradito de coco y dulce de leche. Punto a favor: el precio. Gastamos 35 pesos en total. El café estaba bien hecho, espumoso (ya sabemos de mis problemitas con la espuma del café) y las medialunas y la tartita de coco estaban bien, aunque no son de las mejores que hemos probado. No llegamos al almuerzo, pero los platos que vimos ir y venir tenían buena pinta, así que si alguien almuerza en Capricho, por favor, venga a contar cómo le fue.



Nos gustó Capricho, no sólo porque podemos sumarlo a nuestra lista de bares para leer sino, fundamentalmente, porque los detalles lo dicen todo: la vajilla, la decoración de las mesas y del lugar, la galletita en la taza. No sólo de cosas ultratrascendentes vive el hombre (?). Tanto nos gustó que nos permitimos un último capricho y nos llevamos un par de tazas de toda la vajilla que está en venta  (las compramos, no andamos robando tazas lindas en bares, eh).


Acabamos de enterarnos que la gente de Capricho nos lee, cosa que no nos había ocurrido antes y que nos pone muy contentas. Así que aprovechamos para decirles que se nota el trabajo, el amor con el que hacen las cosas. Siempre es bueno tener un lugar calmo a donde volver y nosotras lo hemos encontrado. Ya volveremos a permitirnos algún otro Capricho

19.10.12

#11. Punto, mercado holístico


No todo es merendar en la vida. También el almuerzo puede ser un buen momento del día para hacer una pausa y leer algo mientras se alimenta el cuerpo. Con esa idea, nos encontramos en Punto (San Lorenzo y Pueyrredón), el último descubrimiento gastronómico (?) de Georgina


Instalado en una casona antigua, Punto funciona como almacén de alimentos naturales, restaurante o cafetería y espacio de arte. Las seis mesas en las que se puede comer in situ casi aseguran un ambiente tranquilo, ideal para leer (salvo que tengas la suerte de que justo, justo haya niños correteando sobre los pisos de madera, pero es un detalle nomás: ningún correteo puede durar eternamente). La música es adecuada y el ambiente, muy luminoso. La atención, muy amable.


Pedimos un menú del día (timbal agridulce de mijo con ensalada y verduras salteadas, $35) y un sándwich en pan árabe (rúcula, tomates deshidratados, queso de cabra o tofu, aceitunas negras y mayonesa de zanahoria, $38). Ambos acompañados con agua de frutas (una perfecta mezcla de manzana, limón, anís estrellado y alguna cosa más que no recuerdo). Yo no soy súper fanática de estas bebidas, pero pasó ampliamente la prueba de mi quisquilloso (?) paladar.


Más tarde, pedimos dos cafés ($9 cada uno) y, para probar, una porción de budín de zanahorias vegano ($15) y una cookie de avena con chips de chocolate ($4). El menú del día gozó de la total aceptación de quien lo ingirió y el sándwich estaba buenísimo. Nunca había probado el budín vegano: también pasó la prueba, a pesar de que las pasas de uva rubias no son algo que yo vaya a comer voluntariamente con alegría. Gastamos, entonces, unos $60 por persona entre almuerzo y merienda temprana, así que podríamos afirmar que se puede comer sano y rico por un precio razonable.


Cuando los otros clientes fueron retirándose, el ambiente pasó de bueno, agradable para leer a ideal. Suma tranquilidad, ninguna molestia, ni siquiera del exterior. Además de poder comer allí, uno puede adquirir los productos del menú para llevar, además de semillas, cereales, panes, pastas, etcétera. 
Punto fue una experiencia distinta, sumamente recomendable, de esas para repetir y convertir en rutinas. Si andan por Rosario, vayan y prueben; no se van a arrepentir. 



PD: el ingrediente del agua de frutas que faltaba: canela.

14.10.12

#10. D’O, pátisserie et café


Viernes, 17:30. Nos acercamos al local de Paraguay 621 sin saber si d’o iba a ser un buen bar para leer, pero con la intuición de que, al menos, íbamos a comer cosas ricas. Ya a las 17:45 tuvimos la certeza: d’o no es un buen lugar para leer. Alguno dirá: “A vos sola se te ocurre leer un viernes a esa hora en un lugar con todas las mesas ocupadas por señoras que se reúnen a tomar el té”. Es cierto, digo yo, quizás no era el mejor horario pero la hora pico es fundamental (?): cualquier bar es bueno para leer si está vacío. La prueba de fuego es la hora pico y d’o no la aprobó. La acústica es tan mala que escuchábamos con más claridad las conversaciones de las mesas vecinas que nuestros propios pensamientos.


No obstante ello, nos quedamos porque era nuestro deber moral (?) sacrificarnos (?) por nuestros lectores. Al margen del ruido aturdidor de neuronas, la ambientación en blancos y lilas del local es muy agradable y la carta era altamente prometedora. Esta vez, elegimos probar el servicio de té inglés ($53 por persona) pero si hubiéramos realizado nuestros pedidos más o menos habituales, hubiéramos gastado lo mismo que hemos gastado en otros lugares. Los precios, entonces, son adecuados y no absurdamente ridículos como pueden serlo en esa clase de lugares.



El servicio de té permite elegir un blend de té por persona y ofrece casi todas las especialidades de la casa: mini macarons, mini lemon pies, mini cheese cakes y mini sándwiches. El punto fuerte de d’o es claramente la pátisserie. Decir que todo es delicioso e impecable es poco. Para que el servicio de té fuera, desde mi perspectiva, perfecto, los blends de té deberían ofrecerse en hebras y no en saquitos. Fuera de eso (y si uno no es tan obsesivo), es absolutamente recomendable. Como es posible, además, adquirir los productos para llevar, debo decir que las tartas de coco y la toffee son deliciosas (las mini tartas, entre $20 y $25) y Georgina afirma que la mini torta galesa es también muy recomendable. 


La atención, en principio, nos pareció un poco floja. Correcta, pero floja. Sin embargo, cuando la presión de la hora pico fue amainando y el mozo pudo respirar, de floja pasó a amable. Al mismo tiempo, el personal de “detrás del mostrador” es sumamente agradable y atento y la presentación es adecuada a la delicadeza de los productos. 


Entonces, d’o no es un buen lugar para leer por las tardes (quizás lo sea en otros horarios), pero es un excelente lugar para darle un festín al paladar. A veces, con eso es suficiente. 


5.9.12

#9. Savoy Grand Café


Por razones que no vamos a revelar aunque nos amenacen con clavarnos destornilladores incandescentes en las sienes, hoy anduvimos en las cercanías (?) del Hotel Savoy (San Lorenzo y San Martín). Allí, en la preciosa esquina, está ubicado el bar y restaurant Savoy Grand Café. A simple vista, nos pareció muy distinto a los barcitos que veníamos reseñando: se trata, de hecho, de un café mucho más tradicional. “En este espacio”, dice su página web, “se destacan sus rincones con historia, donde se sentaban a tomar un café: Federico García Lorca, Lisandro de La Torre, Edmundo Rivero, Aníbal Troilo y muchos más”. Una pena no haberlo sabido en el momento, puesto que quizás hubiéramos hecho algún esfuerzo para absorber algo del talento de esos personajes que podría haber quedado flotando en los rincones (?). 


El salón es realmente muy amplio. Originalmente iluminado y con buena acústica, resulta un muy buen lugar para leer, tanto en los sectores con sillones como en las mesas –ideales para estudiar, por ejemplo-.


La atención es muy amable, aunque un poco lenta –impacientes, vayan enzenizados-. El menú de cafetería es el tradicional y cuentan con un exhibidor en el que pueden verse los recomendados del día. Impecable.


Nosotras pedimos dos cafés dobles y dos tartitas (una de coco y una toffee) que no pudimos terminar ($72). El café estaba bien hecho, las tartitas preciosamente presentadas y ricas. El coco no se deshacía como espuma en la boca, como el que probamos en Calixto, pero estaba correcto (?).  



Hacía mucho que no visitábamos un bar tradicional. Podemos decir que el del Savoy Grand Café fue un regreso positivo. Precios adecuados a la calidad de los productos, buena atención, muy buen ambiente para leer, por lo menos, por la tarde. Ideal para los que gustan de los bares con apariencia de bares. Si visitan Rosario, aquí tienen una buena opción, porque no pueden irse de esta ciudad habiendo ido solamente a El Cairo –bar que reseñaremos a la brevedad.

Seguimos con la convocatoria (?): Buscando bares horribles. Por favor, no duden en comunicarse con nosotras si necesitan hacer justicia. Desde ya, muchas gracias. 

13.8.12

#8. Moka, casa de café


Mañana rara la del viernes, el calor era demasiado pegajoso para agosto. De todas maneras, como notamos que julio vino complicado para las reseñas, nos fuimos hasta la esquina de Santiago y San Luis a visitar un bar que hacía rato que queríamos conocer.


La primera impresión fue que Moka no era un bar para leer. Casi todas las mesas estaban ocupadas; una máquina hacía un ruido infernal. Nos sentamos en la única mesa vacía y esperamos que nos trajeran la carta. El local es muy luminoso, gracias a las dos enormes vidrieras que ofician de paredes. Las mesas y las sillas son pequeñas, pero más cómodas de lo que parecen a simple vista. De todos modos, no son para pasar muchas horas apostados en ellas. El lugar, en líneas generales, es muy lindo. Para ganar espacio, hay un banco de madera lleno de almohadones en el que uno podría sentarse para leer un poco más cómodo (quizás, no lo probamos; si van y lo prueban, avisen).


Pedimos dos desayunos, que consistían en café con leche con dos medialunas cada uno ($13). La novedad, en este caso, fue que nos ofrecieran, además de las clásicas medialunas dulces o saladas, medialunas dulces con cascaritas de naranja. Gran acierto. Hasta ese momento, no habíamos llegado a determinar si Moka era un buen bar para leer, pero ya nos habían enamorado con sus medialunas originales (?), así que salvo que nos golpearan a la salida, la experiencia iba a ser positiva. Por supuesto, nadie nos golpeó (?) porque la atención es cordial sin ser exagerada.



Con el correr del tiempo y de la charla, no sólo las mesas empezaron a vaciarse sino que además notamos que la máquina que estaba haciendo ruido cuando llegamos se había llamado a silencio. En ese punto, Moka sí puede ser un bar para leer. Si está lleno, quizás no, pero esto más bien depende del sujeto lector y, probablemente, de lo que esté leyendo.


Vale la pena Moka. Nosotras sólo probamos esas medialunas, pero la carta está llena de delicatesen que merecen ser probadas –cosa que haremos en alguna otra ocasión. Que sea un bar para leer o no dependerá de la hora y del día, y de la cantidad de gente que vean ya desde afuera. Pero no dejen de ir. Los lugares lindos de Rosario merecen ser visitados. Este es uno de ellos.

26.6.12

#7. Chavela


Zeballos y Ayacucho (sí, la esquina), a tres cuadras del Parque Urquiza. Traspasamos la puerta de entrada y suena Ana Prada. Ya nos caen bien, pensamos. Tendrían que, por ejemplo, escupirnos el café frente a nuestros ojos para que nos retiráramos ofuscadas. Elegimos una mesa y nos sentamos (en las sillas, no en las mesas, claro está). Unos segundos después, nos dejan las cartas. Pulgares arriba para la atención.



Yo me atrevería a decir que Chavela es EL bar para leer. A simple vista, el espacio se divide, básicamente, en dos áreas: una con mesas y sillas típicas de bar y otra, con sillones, pufs y mesas ratonas en la que hay una biblioteca-escalera (?), repleta de libros que están allí, precisamente, para ser leídos por los clientes (leídos, eh, no sean desubicados y devuélvanlos antes de irse). Más tarde, descubrimos que hay un tercer espacio, habilitado para dar charlas o talleres que, de hecho, tienen lugar allí algunos días por semana.



La atención es muy amable, del tipo que se anticipa a las posibles necesidades que uno tenga dependiendo de dónde se haya sentado (más luz, más calefacción, etcétera). Nosotras fuimos por lo clásico y pedimos dos cafés en jarrita, dos medialunas y un alfajor de maicena ($40). Si bien las medialunas estaban ricas y el café bien hecho, el alfajor de maicena se llevó todos los premios. Sin embargo, también podríamos haber pedido una mateada ($15), opción que no nos habían ofrecido hasta el momento en ninguno de los bares que reseñamos. La carta incluye asimismo un menú ejecutivo a $38 y una variedad aceptable de posibilidades para la hora del almuerzo.




Como no está atestado de gente y tampoco está en pleno centro, Chavela es el lugar ideal para sentarse unas cuantas horas a leer, a estudiar, a escribir o, simplemente, a charlar. Si van a charlar, vayan con alguien más porque el bar no es súper enorme y si hablan mucho solos, se va a notar.  Entonces: buena música, excelente ambiente, cosas ricas, atención amable, sillones y libros para leer. ¿Qué más pueden pedir en la vida? Ya sé, un montón de cosas. Pero vayamos por partes, por la pequeña felicidad de cada día. Vayan a Chavela y después nos cuentan: es uno de esos lugares a los que uno necesita volver. Así de simple.



Llamado a la solidaridad
Como habrán visto los asiduos lectores de este blog, salvo por algún caso en particular, hemos reseñado bares preciosos, de los que sólo hay cosas buenas para decir. Y creemos que esto no puede seguir así. Así que, por favor, si conocen algún bar espantoso en el que la hayan pasado muy mal en la ciudad de Rosario, este es el espacio para realizar su queja: nos dejan un comentario indicando a dónde debemos ir y nosotras nos encargaremos de hacer justicia (?). Desde ya, muchas gracias.

8.5.12

#6. Calixto Café


Catamarca entre Oroño y Balcarce. Pizarra en la vereda. Del otro lado del vidrio, una mesa ratona y dos sillones rojos. Cuadros en las paredes. Paredes verdes, rojas, blancas. Entramos. Cómo no hacerlo. Pienso: “Si el café está bueno, me vengo a vivir acá”. No digo nada y sonrío. Georgina tiene la cámara floja cuando ve cosas bellas, así que empezó a sacar fotos tímidamente (?) mientras caminábamos buscando una mesa. Ante la mirada extrañada del chico que luego iba a atendernos, preguntamos si podíamos sacar fotos (un poco tarde, ok). Por supuesto, podíamos. Eso generó una charla en la que el chico (disculpen, pero olvidamos preguntarle el nombre así que vamos a llamarlo ‘el chico’) nos explicó cuál era el “espíritu” del bar: toda la pastelería y la comida son caseras y sanas, hechas por ellos, y todo lo que puede verse en el bar (los muebles, las heladeras intervenidas, los vinilos) es obra de algún artista plástico. Calixto funciona también como una suerte de galería de arte: si sos artista plástico podés llevar tu propuesta y ver tus cuadros allí expuestos, con todo lo que eso implica. 


Quien nos atendió es un ejemplo concreto de que la atención puede ser súper amable, sin violentarte (alguien debería contratarlo para darle charlas motivacionales (?) a los empleados de Starbucks, se me ocurre). Nos sentamos en los sillones que están alrededor de la mesa “Tita Merello” (Tita Merello en la mesa, casi muero de la emoción). El lugar es amplio, lo que nos hace pensar que si todas las mesas hubieran estado ocupadas, no nos hubiéramos visto obligadas a participar involuntariamente de las charlas del resto de los clientes (salvo que griten, pero eso no es culpa de la gente de Calixto, claro está), lo que lo hace un magnífico lugar para leer. La iluminación es agradable; la música, tranquila; los sillones, para quedarse horas (dan ganas de llevarse las pantuflas y quedarse hasta que cierren, pero no lo hagan, por las dudas). 

Como si esto fuera poco, la pastelería es una de las mejores que hemos probado y los precios son razonables. Pedimos un café doble, un café con leche, una porción de tarta de dulce de leche y coco y un brownie ($48). El café rico, bien hecho (mi control de permanencia de la espuma (?) resultó óptimo); el coco de la tarta se deshacía en la boca (increíble) y el dulce de leche era sumamente suave y no empalagoso; el brownie tibio estaba impecable. Tan impecable como la presentación. ¿Qué más se puede pedir? ¿Wi-Fi? Sí, tienen Wi-Fi y funciona perfectamente.



Nos encantó Calixto, por si no lo habían notado. Nos gustó tanto, que casi les avisamos que los íbamos a reseñar, pero después nos dio pudor (?) y no lo hicimos. Además de encantarnos, es uno de los mejores lugares para leer que hemos visitado hasta el momento. Vamos a volver y mucho, así que iremos probando otras cosas y los mantendremos al tanto. Si están en Rosario, vayan que no se van a arrepentir. Si no, vengan, ¿qué están esperando?

13.4.12

Para leer: un poco de todo y más (?)



Acá estamos, de regreso de las vacaciones. Todavía no pudimos retomar la recorrida de bares, pero les debía unos cuantos post sobre libros. Como tuve unas vacaciones muy leídas (?), voy a hablar poco de algunas cosas que leí y que me parece que no se pueden perder.

Trilogía involuntaria, de Mario Levrero
Mario Levrero era uruguayo. Escribió La ciudad, Paris y El lugar sin pensarlos como trilogía, pero al final se dio cuenta de que eran un poco parte de lo mismo. De los tres, el que se me hizo más cuesta arriba fue Paris, que es el único que no está dividido en capítulos. Se ve que necesito los capítulos para respirar (?). Algunos comparan a Levrero con Cortázar, con Onetti, con Felisberto Hernández diría yo, incluso. Si se cruzan con algo suyo, no lo dejen pasar. Y no lo tengan miedo a la trilogía, que está a muy buen precio.

El núcleo del disturbio, de Samanta Schweblin
Maravilloso. El núcleo del disturbio es el primer libro de cuentos de Schweblin. Yo ya había leído los que aparecen acá y cuando encontré el libro concreto en la librería, no lo dudé. Si les gustan los relatos ligeramente perturbadores y absolutamente precisos, necesitan leerlo.

Muñecas, de Ariel Magnus
Esta fue, en realidad, una relectura casi obligada, porque al subir al avión de regreso, ya había leído todo lo que me había llevado. Muñecas es un libro de relectura no defraudatoria. No sé si a ustedes les pasa, pero a veces leo cosas que me parecen geniales y, cuando intento releerlas tiempo después, no me causan la misma impresión (cuestión que destruye, además, la sensación primera). No fue este el caso. Muy bien narrada, Muñecas es una novela corta, de esas que no te dejan soltarla hasta el final y se consigue, incluso, en las mesas de ofertas. Busquen que vale la pena.

Claus y Lucas, de Ágota Kristoff
Bajo el nombre de Claus y Lucas, se han editado tres novelas de esta escritora húngara. Las dos primeras (El gran cuaderno, La prueba) se consiguen en formato epub; la tercera (La tercera mentira) no (al menos, yo no la encontré), pero sí hay una versión en pdf que incluye a las tres. No quiero fomentar con esto la lectura electrónica (?) pero el hecho de no haberlas visto jamás en las librerías no debería ser un obstáculo para leerlas. Entonces. Pueden leerse, como las de Levrero, separadas, pero en este caso, recomiendo con un fervor que hace mucho no sentía la lectura de las tres, al hilo, si es posible.

Es todo por hoy. La próxima, descubriremos algún otro bar rosarino. Tenemos una larga lista de lugares a visitar, así que esperen ahí, que ya venimos (?).

14.3.12

#5. Amelie, petit cafe

La primera vez que fuimos a Amelie (San Lorenzo, casi llegando a Buenos Aires), nos quedamos afuera. De todos modos, nos pareció un muy buen gesto que, cuando otro cliente decidió esperar a que se liberara una mesa, inmediatamente le sacaran dos sillitas y una mesa plegable a la vereda, para que no esperara parado. Eso es Amelie: amor por los detalles.



Hoy fuimos precavidas (?) y fuimos temprano, a la hora del almuerzo. A eso de la una, todas las mesas se fueron poblando, pero pudimos disfrutar un rato del ambiente para nosotras solas. No hay rincón que se mire que no tenga algún detalle lindo y original. La música jamás desentona con el ambiente (y eso que estuvimos unas cuantas horas allí sentadas) y la atención es muy buena.



Si bien el fuerte del menú son las cosas dulces, ofrecen una amplia variedad de sándwiches y wraps originales y un menú del día, que incluye bebida y café. Como pueden ver en las fotos, no se descuida ni un detalle, mucho menos el de la presentación de los platos. Las tartas estaban perfectas; la guarnición, original pero sin exageraciones; el brownie, húmedo y lleno de nueces; la cookie de naranja y canela, riquísima y el café, bien hecho.




Amelie es el lugar ideal para darse un gusto (dulce o salado), para sentarse a leer en el asiento que más nos guste o para largas charlas con amigos. Los precios son adecuados: gastamos 90 pesos en dos menús más otra tanda de café y cosas dulces.



Como si esto fuera poco, en lugar de echarnos (?) porque hacía cuatro horas que estábamos sentadas ahí, alguien llegó con unos chipacitos calientes y fuimos convidadas.




Si viven en Rosario, no pueden dejar de conocer este petit café. Y si vienen de visita, está a pocos metros del Monumento a la Bandera, así que no pueden irse sin haber probado al menos una cookie de Amelie. Recomendadísimo: para ir, para volver y para volver a ir. La Felicidad, así, con mayúsculas.