30.11.12

#12. Capricho


Esta ha sido una semana de darse pequeños gustos, de inventar espacios para hacer lo que uno tenía ganas, de saldar viejas deudas y disipar algunas sombras. ¿Cómo no cerrar esa semana, entonces, en Capricho? Habíamos pasado frente a la vidriera, lo habíamos anotado mentalmente en nuestra lista de lugares “a visitar”. También nos lo habían sugerido, recomendado con fervor. Teníamos que ir.


Viernes, media mañana. Las nubes amenazan, pero no llueve. La ciudad está alborotada, inquieta. Llegamos a Paraguay 941 y ya entrar es una bocanada de aire fresco. Calma. Momento de olvidarse de la humedad que enrula cabellos a más no poder, del calor de la caminata, de todo. Todo es blanco en Capricho: las paredes, las sillas, el piso. Cuando los ojos se acostumbran, se perciben los colores, los detalles de las repeticiones y de las variaciones: las señales de que alguien ha pensado en todo. Nada es casual: ni la música que suena, ni la amabilidad en la atención. Capricho es un lugar precioso para leer: tiene una serie de sillones cerca de la vidriera que no “testeamos” pero que parecen ideales para leer con luz natural. Si uno prefiere más intimidad (?), hay otros sillones lejos de la vereda en los que sí estuvimos sentadas, sumamente cómodos. Esas mesas se prestan incluso para largas tardes de estudio. Probablemente, el resto de las mesas y de las sillas no se presten tanto, así que a tener en cuenta: apropiarse de un sillón o de una silla mullida si van a leer, a estudiar o charlar largo y tendido. 


Pedimos dos desayunos: un café con leche con dos medialunas saladas (en mi barrio se decía 'de grasa', pero ya me estoy volviendo rosarina de pura cepa [?]) y un café doble con un cuadradito de coco y dulce de leche. Punto a favor: el precio. Gastamos 35 pesos en total. El café estaba bien hecho, espumoso (ya sabemos de mis problemitas con la espuma del café) y las medialunas y la tartita de coco estaban bien, aunque no son de las mejores que hemos probado. No llegamos al almuerzo, pero los platos que vimos ir y venir tenían buena pinta, así que si alguien almuerza en Capricho, por favor, venga a contar cómo le fue.



Nos gustó Capricho, no sólo porque podemos sumarlo a nuestra lista de bares para leer sino, fundamentalmente, porque los detalles lo dicen todo: la vajilla, la decoración de las mesas y del lugar, la galletita en la taza. No sólo de cosas ultratrascendentes vive el hombre (?). Tanto nos gustó que nos permitimos un último capricho y nos llevamos un par de tazas de toda la vajilla que está en venta  (las compramos, no andamos robando tazas lindas en bares, eh).


Acabamos de enterarnos que la gente de Capricho nos lee, cosa que no nos había ocurrido antes y que nos pone muy contentas. Así que aprovechamos para decirles que se nota el trabajo, el amor con el que hacen las cosas. Siempre es bueno tener un lugar calmo a donde volver y nosotras lo hemos encontrado. Ya volveremos a permitirnos algún otro Capricho